jueves, 10 de marzo de 2011

Un camino penitencial hacia la Pascua

Homilía pronunciada por el Pbro. Hernán Remundini en la Misa de Miércoles de Ceniza del 9 de Marzo de 2011

Con la celebración del Miércoles de Ceniza, como todos los años, damos inicio a la Cuaresma, a esos cuarenta días que nos sirven para prepararnos interiormente, a la celebración de la Semana Santa. La preparación interior que la Iglesia nos sugiere consiste en lo que la teología espiritual designa con el concepto bíblico de metanoia que significa, el cambio de espíritu, el dar vuelta el corazón, en definitiva, la conversión del pecador, que se alcanza con la ayuda del conjunto de actos interiores y exteriores dirigidos a la reparación del pecado cometido y sus consecuencias para el pecador, y con el propósito firme de permanecer para siempre en la comunión con la gracia divina, estando alejados de la tentación, del pecado y su instigador. Ese conjunto de actos interiores y exteriores que nos ayudan a la conversión auténtica es lo que designamos con el nombre de penitencia.

El Santo Padre, Benedicto XVI, en diálogo con el periodista alemán Peter Seewald, ha explicado que “El concepto de penitencia, que es uno de los elementos fundamentales del Antiguo Testamento, se nos ha perdido cada vez más.” [1] Para nosotros penitencia tiene la connotación limitada de “castigo” impuesto por un superior cuando hacemos algo malo. Sin embargo, este tiempo de cuaresma es la oportunidad para revalorar la penitencia como un medio fundamental de conversión. El Santo Padre explica que El hecho de que por medio de la penitencia se pueda cambiar y dejarse cambiar es un don positivo, un regalo.”[2] , no algo negativo. Si la penitencia es un factor de conversión, termina siendo entonces, un instrumento adecuado para entrar en el Reino de los Cielos, que es hacia donde caminamos. Esta enseñanza nos viene del mismo Jesús que señaló que hacer obras de penitencia como la oración el ayuno y la limosna, que se nos sugieren para este tiempo, es una condición indispensable para llegar a Dios. Santo Tomás de Aquino, desarrolla esta idea en la Secunda Secundae de la Suma Teológica explicando que: 1) con la penitencia la mente, desprendiéndose de lo terreno, se eleva con más facilidad a las cosas del cielo; 2) que es un eficaz remedio para reprimir la concupiscencia y vencer los apetitos desordenados; 3) que nos consigue la reparación de los pecados propios y ajenos; 4) y que las obras de penitencia son fuente de méritos ante Dios.[3]
Hacer penitencia, implica pues, renuncias, esfuerzos, negarnos a nosotros mismos, morir a nuestros pecados, pero comprendemos que es necesaria si queremos convertirnos de verdad. Por eso la Iglesia todos los años para cuaresma, se encarga de recordarnos este deber de hacer penitencia, señalando un mínimo de pequeñas mortificaciones que pueden ayudarnos a a dar pasos hacia adelante en un auténtico camino de conversión. En estos días de cuaresma, además de la oración, el ayuno y la limosna, se nos invita a vivir otras expresiones penitenciales como los esfuerzos realizados para reconciliarnos con nuestro prójimo, las lágrimas de arrepentimiento derramadas, la preocupación por la salvación del otro, la intercesión de los santos y la práctica de la caridad en todas sus formas posibles, "que cubre la multitud de los pecados”, y todas las demás mortificaciones que estén a nuestro alcance realizar. La conversión debiera ser una realidad permanente en la vida de todo cristiano, y por lo tanto también la penitencia, porque en definitiva todos somos pecadores, y todos estamos llamados a alcanzar el reino de los cielos recorriendo un camino penitencial de conversión.

Pero esta exhortación que la liturgia de la Iglesia nos hace todos los años, y que nosotros referimos a nuestra vida espiritual personal, vale también para la sociedad que conformamos. Porque los pecados individuales impactan necesariamente en el orden social. Si los miembros de una sociedad están moralmente degradados, esa sociedad lo está también. Y así como los pecados, las debilidades personales las podemos superar con la penitencia y la conversión, es necesario que también hagamos penitencia por los pecados sociales para que podamos superarlos. El concepto de pecado social ha sido desarrollado in extenso por los Papas y obispos en el Magisterio Social, pero también por otros pensadores no cristianos. Mahatma Ghandi (1869-1948) por ejemplo, hizo la siguiente lista de pecados sociales: Política sin principios, Economía sin moral, Bienestar sin trabajo, Educación sin carácter, Ciencia sin humanidad, Goce sin conciencia, Religión sin sacrificio. La Penitenciaría Apostólica ha publicado recientemente también algunos pecados sociales característicos del tiempo presente: la manipulación genética, el daño ambiental, la acumulación excesiva de riquezas, el narcotráfico y el consumo de drogas.

La sociedad argentina es una sociedad que se ha degradado por diversas circunstancias históricas no sólo cultural, sino también moralmente. De manera tal que muchos pecados sociales están fuertemente arraigados, y por ellos, por lo menos los que tenemos fe, debiéramos también hacer penitencia. Me refiero solamente a algunos: la corrupción extendida es un emergente de la falta de principios de la dirigencia; el costo de la corrupción no consiste solamente en lo que gobernantes y funcionarios se puedan llevar al bolsillo; el costo más grave es la degradación de la calidad institucional frente al resto de la sociedad, que conlleva a la desfiguración nacional e internacional de la imagen del país; el aumento de la pobreza y la injusticia social como consecuencia de la falta de políticas adecuadas, impacta sobre personas y familias, especialmente las más pobres y sus consecuencias en todos los órdenes de la existencia humana, son muy dolorosas: la sociedad de consumo impone múltiples “falsas necesidades” a una población que no puede acceder a niveles altos de consumo porque muchas veces ni siquiera tiene lo mínimo para vivir dignamente, empezando por el trabajo: y no podemos seguir engañándonos: los planes sociales no son trabajo real, debieran ser una ayuda subsidiaria y provisoria del estado para palear crisis puntuales, pero en la argentina de las últimas décadas se han transformado en dádivas o lo que es peor, en coimas electorales; la destrucción del sistema educativo es sin lugar a dudas uno de los pecados sociales más graves que nos aquejan porque hipoteca el futuro de nuestra Patria: las sucesivas reformas, una más desastrosa que la otra, han dinamitado el sustrato moral y hasta los contenidos mismos de la educación argentina, obstaculizando y comprometiendo a largo plazo el desarrollo integral de nuestra sociedad. La mayoría de nuestros estudiantes, (aquí está el rector de la UCALP y algunos decanos y con algunos de ellos hemos conversado estas cosas) no se animan a leer en público, porque lo hacen mal, si leen no entienden lo que leen, no pueden analizar datos, no saben evaluar con espíritu crítico diversos puntos de vista y mucho menos comunicar argumentos con precisión, es decir que no saben usar el poco o mucho conocimiento que recibieron en la escuela. Para colmo de males, desde el estado, se intenta ahora teñir la educación de nuestros niños y adolescentes con rasgos ideológicos peligrosos. Lo habrán leído en los diarios los chicos estudiarán diferentes técnicas de protesta: a hacer escraches, a tomar instituciones, a hacer piquetes, a reclamar, etc. Pero de cultura, de humanidad, de ciencia, de sabiduría, casi ni se habla. Es el mayor pecado social porque el recurso mayor de toda sociedad, es el recurso humano, su gente, y no saber cómo educar a un pueblo, o lo que es peor querer embrutecerlo, es no generar el cambio positivo que deseamos. El aumento del delito ligado al narcotráfico y al consumo de drogas, la inseguridad que padece la mayoría de la sociedad, y la inoperancia de las autoridad para combatir el mal es también una falta grave. Los sucesivos atentados contra la familia y los intentos de legalizar la destrucción de la vida más inocente con la propuesta legislativa de la despenalización del aborto, ciernen sobre nuestro horizonte nacional obscuros nubarrones. Podemos seguir la lista, lo importante es que como sociedad seamos capaces de hacer un examen de conciencia, porque ser conscientes de nuestras miserias, es el primer paso para encontrarles remedio. Este año que es un año electoral, gran parte de las debilidades, bajezas y pecados de los argentinos y de nuestros dirigentes quedarán en evidencia, al descubierto; y es necesario que tengamos en claro cuáles son las tentaciones que debemos resistir y los vicios sociales que tenemos que combatir si queremos transformar nuestra nación. La Iglesia nos recuerda en este día que la penitencia es una opción posible. Así como cada uno de nosotros es invitado hoy a morir al pecado, al hombre viejo, esto es lo que representan las cenizas, la muerte, la finitud de nuestra existencia en este mundo, y la necesidad de conversión para poder resucitar con Cristo a la vida de los santos; de la misma manera, si en este tiempo somos capaces de hacer penitencia por los pecados de nuestra nación, con la ayuda de Dios, iremos enterrando lo negativo, las conductas desviadas que tenemos como pueblo, nuestros pecados sociales, nuestro descompromiso cívico, etc. para poder ayudar a resucitar la Patria Grande y de hermanos que soñaron los que nos precedieron. Con este espíritu y tomados de la mano de María empecemos nuestra marcha hacia la Pascua.



[1] Benedicto XVI; “Luz del Mundo”, ed. Herder, 2010. Pag. 47-48.

[2] Benedicto XVI; “Luz del Mundo”, ed. Herder, 2010. Pag. 47-48.

[3] cfr. S. Th., II-II, q. 147, a. 1

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